El futuro ya está aquí: entre el miedo y la esperanza

Extracto de "El futuro ya está aquí: entre el miedo y la esperanza", un reportage de Borja Hermoso en el País Semanal
Vienen buenos tiempos / Lo oigo dondequiera que voy / Vienen buenos tiempos / Pero seguro que vienen lentamente”. Si no fuera por la longitud de la estrofa, no cabría otro titular mejor ni para este reportaje ni para estos tiempos. La escribió Neil Young allá por 1974 y forma parte de la letra de su canción Vampire Blues. Faltaban 46 años para el advenimiento de la peste moderna, así que la capacidad inconscientemente premonitoria del bardo de Toronto asusta. Claro que en esta situación también cabe acordarse de Albert Camus. Ha sido y es tanta la intensidad del drama y el margen de confusión proyectado sobre las personas que a menudo, según en qué momentos de flaqueza, la sensación acechante se parece demasiado a la del pobre Meursault de El extranjero: a veces uno parece contemplarse a sí mismo desde fuera y a la vida en general desde un tren, como si fuera ajeno a ella.
Esas sensaciones tan humanas —incredulidad, escepticismo, esperanza, confusión— enmarcan en gran medida esta reflexión colectiva puesta en pie por un grupo de personajes tan heterogéneo como autorizado. Se trataba de que contaran las impresiones de lo vivido y el pronóstico de lo que vendrá. Ojalá sean esos buenos tiempos… aunque sean lentos. El terremoto de la covid-19 ha demostrado la dimensión de toda una vulnerabilidad común, la del género humano.
Es la visión de Audrey Azoulay (París, 1972), directora general de la Unesco: “Esto es evidente en una crisis como la del coronavirus, pero también en otras más dañinas como las que afectan a la biosfera y el clima. Existe una relación de causalidad entre la destrucción de los espacios salvajes, sobre todo de los bosques, y el colapso de la biodiversidad y el aumento del número de epidemias”. A sus ojos, otro de los grandes impactos es la muerte momentánea de la cultura: “Una inmensa mayoría de salas de cine, librerías, teatros, salas de concierto, museos y bibliotecas han cerrado. Innumerables festivales han sido aplazados, cuando no suprimidos. Sin duda esta es la crisis más grave a escala mundial de este sector en el que tanto hemos invertido en los últimos 30 años y que es un motor de empleo y creación. El ecosistema cultural necesita el compromiso de los inversores públicos y privados. Pero también habrá que tener en cuenta las profundas transformaciones que ya están en camino. Esta crisis consagrará el papel central de lo digital y de la inteligencia artificial en la economía. Y para la cultura, las cosas no serán distintas”.
Un claro motivo de preocupación para Audrey Azoulay se centra en el futuro de las relaciones y de la cooperación internacional. Lo explica así: "El reflejo más inmediato en esta crisis se apoya en las emociones, y es ese ‘sálvese quien pueda’ que hubo por parte de algunos para conseguir mascarillas o a la hora de presentar a su opinión pública chivos expiatorios en lo que supone una retórica ancestral. Desde ese punto de vista, hay que temer que la pandemia pueda hacer más profundas las grietas que ya existían en las relaciones internacionales, que generalmente anteponen las relaciones de fuerza al interés general, provocando una regresión generalizada".
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