Encargada por la UNESCO, esta exposición fue concebida en Marzo 2024 por Aegis Trust, que administra el Memorial del Genocidio de Kigali en nombre del Ministerio de Unidad Nacional y Compromiso Cívico de Rwanda. La exposición se presentó por primera vez en la UNESCO con motivo del 30.º aniversario.
La exposición se presentará a las puertas de la sede de la UNESCO en París durante dos meses a partir del 7 de abril.
Philippe Kayitare sobrevivió a la masacre de la iglesia de Nyamata, en la que fueron asesinadas 10.000 personas. Juliette Mukakabanga, una hutu, salvó la vida de su bebé tutsi durante la masacre de Murambi. En las colinas de Bisesero, Antoine Sebiroro fue uno de los que se defendieron. Y en Gisozi, la superviviente Prisca Umwanankunda trabaja ahora como archivista ayudando a preservar los registros de estos recuerdos. Mediante sus interacciones con estos lugares, el reportaje fotográfico no sólo proporciona una introducción a estos sitios, sino una visión de la experiencia humana que hace que cada uno de ellos sea tan significativo.
Nyamata

En dos días, unos diez mil tutsis fueron asesinados en esta iglesia, entre el 14 y el 15 de abril de 1994. Entre éstos se encontraban 21 miembros de la familia de Philippe Kayitare, incluidos sus padres, cuatro hermanos, su abuela, sus tíos, tías y primos. Aquí se encuentra sentado donde mismo yacía herido durante la masacre.

Bajo un tejado ondulado recubierto con un paisaje estrellado de agujeros de metralla, el superviviente Philippe Kayitare se une a la vigilia de la Virgen María sobre las ropas de los asesinados. Treinta años después, se sigue buscando a las víctimas. En primer plano: Los ataúdes con los restos recientemente descubiertos a la espera de que sean enterrados.

Philippe Kayitare se sienta en un banco frente a la iglesia en que sobrevivió a la masacre que le costó la vida de su familia. “Me hirieron en la cara con machetes y una granada me alcanzó la pierna”, cuenta. “A mi madre embarazada la mataron a machetazos. A mi padre le dispararon en el umbral de la iglesia”.

Aquí fueron enterradas unas cincuenta mil víctimas del genocidio contra los tutsis, entre las que se encuentran personas asesinadas en la iglesia y sus alrededores. “Vengo aquí para recordarlos, para conectarme con ellos”, nos dice Philippe acerca de su familia entre las víctimas. “Elegí vivir cerca de aquí para sentir su presencia”.
Murambi

Unos 50.000 tutsis huyeron hacia este complejo escolar no terminado cuando comenzó el genocidio en abril de 1994. Juliette Mukakabanga, una hutu, junto con su esposo y sus hijos tutsis, llegó hasta aquí el 10 de abril. “El alcalde Félicien Semakwavu nos pidió que fuéramos a la escuela Murambi, prometiéndonos la protección del ejército”, cuenta.

Juliette contempla durante esta exposición las fotos de las víctimas del genocidio. “Llegué con mi marido, cargando a mis dos hijos y llevando a mi bebé de un mes a la espalda. Con nosotros estaban mi suegra y muchos familiares de mi marido. En total éramos 45 personas. Sólo sobrevivimos tres”.

Juliette permanece en el mismo lugar donde se encontraba durante el asalto del 21 de abril de 1994. “Los milicianos me pidieron el carné de identidad y descubrieron que era hutu. Llevaba a mi bebé en la espalda. Me dijeron que entregara al niño tutsi para que lo mataran. Me negué. Dijeron que como había elegido ser tutsi, me matarían con mi bebé”.

Juliette cuenta lo sucedido en este lugar el 21 de abril de 1994. “Mientras los milicianos empuñaban sus armas para matarnos, su jefe hizo sonar un silbato que indicaba que el trabajo había terminado, cuenta. “Uno se llevó mi carné de identidad, la prueba de mi identidad hutu, para garantizar que nos mataran más tarde”.

Cientos de cadáveres han sido conservados en cal. Juliette no sabe si alguno de ellos pertenece a su familia. “Mis hijos de ocho y seis años y mi marido fueron asesinados a machetazos aquí, junto a miembros de otras familias. Cuando los visito me invade la tristeza, pero también es donde me siento más cerca de mis seres queridos”. Su hija pequeña, Pauline, sobrevivió con ella.
Bisesero

Durante el genocidio contra los tutsis, estas colinas se convirtieron en un centro de resistencia. “Nos negamos a morir”, afirma Antoine Sebiroro. “Luchamos contra las milicias durante un mes. A los 20 años estaba en primera línea, espiando a los milicianos, tomando nota sobre el armamento que tenían, transmitiendo información a los de la retaguardia”.

En mayo de 1994, mientras que algunos tutsis como Antoine Sebiroro seguían resistiendo al genocidio con lanzas y piedras, los soldados se unieron a las milicias para atacarlos. “El peor día fue el 13 de mayo de 1994, cuando perecieron más de 30.000 tutsis, entre ellos mis padres, dos hermanos y numerosos familiares”.

“Yo podría haber sido fácilmente uno de ellos”, dice Antoine, mientras apoya sus manos llenas de cicatrices de batalla sobre una vitrina que contiene cráneos de tutsis que murieron aquí. “Mi padre cayó por una bala tirada por un guardia presidencial, mientras que mi madre fue asesinada con un machete cuando cargaba al hijo de mi hermana, que también murió".

Entre 50.000 y 60.000 tutsis están enterrados en este memorial. Antoine se dispone a depositar una flor en su memoria. “Nacido en el seno de una familia de siete miembros, por desgracia sólo sobrevivimos tres”, dice. “Reflexionar en este lugar me permite recordar las batallas que libramos y el dolor que soportamos cuando fuimos testigos de la muerte de nuestros seres queridos”.
Gisozi

El Memorial del Genocidio de Kigali es la última morada en que descansan 250.000 personas asesinadas en la capital de Rwanda durante el genocidio contra los tutsis. Cuna de la educación para la paz en Rwanda, también acoge el Archivo del Genocidio de Rwanda. La superviviente Prisca Umwanankunda trabaja allí.

Prisca Umwanankunda deposita una rosa sobre una fosa común en el Memorial del Genocidio de Kigali. “Durante el genocidio, nuestras vidas quedaron destrozadas más allá de todo lo imaginable”, afirma. “Mi madre, tres hermanos y mi hermana mayor perecieron, junto con innumerables familiares. La brutalidad de sus muertes todavía me atormenta”.

Prisca contempla las fotos de las víctimas en el Memorial. “Recuerdo el día en que me detuvieron durante un control en la carretera”, dice. “La milicia me sometió a una brutalidad inimaginable. Me metieron en un autobús con otros tutsis agonizantes para ahogarme en el río Nyabarongo. Hice uso de toda mi fuerza para escapar”.

Prisca trabajando en el Archivo del Genocidio. “El genocidio me robó las piernas”, dice. “Por mucho dolor que sienta cada día, me esfuerzo en avanzar. Como archivista aquí, trabajo para preservar la memoria de los perdidos, honrando las vidas de mis seres queridos”.
Prisca Umwanankunda en los jardines del memorial conmemorativo. “Este monumento ocupa un lugar especial en mi corazón”, afirma. “Última morada para el descanso de almas inocentes, juro protegerlo a toda costa, asegurándome de que su memoria perdure durante generaciones. En este espacio sagrado, encuentro consuelo y fuerza”.
