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La vaquería y la jarana peninsular: música, danza y tradición, una forma de resistencia contra la COVID-19

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Promotora y Gestora Cultural
El ambiente festivo del sureste mexicano se expresa entre el clima caluroso y el entorno de la cultura con su paisaje de selvas llanas, los sabores de la comida y los aromas florales que señalan el lugar donde se realizan las celebraciones. Así, las personas son convocadas por el estallido de cohetes pirotécnicos al sitio de la fiesta, la vaquería, que en el vocabulario regional involucra baile, música y algarabía en un ambiente de diversión al cual la gente acude para seguir documentando su memoria colectiva.
“Apúrense, chiquitas, ya se escuchan los voladores, ¡ya comienza la vaquería!”. Este tipo de diálogos es común escucharlos entre las familias. En una de mis experiencias festivas, apenas alcanzaba el tiempo para quitarse de encima el polvo —y el miedo— acumulado durante las casi dos horas que estuvimos sentadas en la baranda que formaba parte del ’a&Բ;é1 o ruedo taurino, luego nos ataviamos con el vestido de gala llamado hipil, o terno, para acompañar a la abuela María y ver los bailes de jarana, actividades que anuncian el inicio de los festejos en honor de la Virgen de la Candelaria, en nuestro natal Valladolid. Estas anécdotas son numerosas entre las familias que habitan la Península de Yucatán, México, aunque ahora son los jóvenes quienes animan a sus padres y abuelos a acudir a estos entretenimientos, manifestaciones de la tradición peninsular.
¿Qué fue primero, la jarana o la vaquería?, ¿Cómo saberlo con exactitud? de lo que no cabe duda es que una da vida a la otra. Surgieron en la época Colonial y casi siempre van de la mano, se manifiestan, principalmente, en un contexto del catolicismo popular, es decir, en los festejos que se organizan en honor a los santos patronos de las comunidades y los barrios de las ciudades. En estas celebraciones se congrega un significativo número de practicantes que no solo cumplen un compromiso con su religiosidad, también aprovechan el espacio para dar rienda suelta a sus habilidades y gallardía dancística, presumiendo sus vestimentas ricamente confeccionadas, e incluso, es una oportunidad para cortejar o ser cortejado.
© María L. Rosado Castro
Pese al contexto religioso en que se desarrollan, las vaquerías yucatecas o peninsulares son el aspecto llamativo popular de las celebraciones patronales. Rememoran las verbenas nocturnas que los españoles avecindados en esta región organizaban para divertirse. Aparecieron en las antiguas haciendas cuando, al concluir el conteo y marca por herraje del ganado, los patrones invitaban a familiares y amigos a celebrar la prosperidad de éstas. También eran ofrecidas a los peones y campesinos después de una buena cosecha, debido a que en los convites participaban trabajadores al cuidado de las vacas, conocidos como vaqueros, y las mujeres usaban sombreros de vaquero como parte de sus indumentarias, se les empezó a llamar vaquerías. En ellas, los indígenas bailaban sus sones tradicionales, a la vez que con gran imaginación remedaban las elegantes formas de bailar que observaban de sus patrones.
Con el paso del tiempo, la actividad económica de la región se diversificó con el auge de la industria de las fibras de henequén, lo que, junto con las insurrecciones mayas, provocó el descenso de la práctica ganadera y las haciendas vieron disminuida su importancia. Pese a ello, el baile prosperó reproduciéndose en diversas localidades, lo cual no pasó desapercibido por las autoridades religiosas, quienes motivaron su incorporación a los actos de la fe, específicamente hacia los santos patronos de sus parroquias, celebraciones que consistían en votos, ofrendas, procesiones y gremios, afirmándose así la relación entre el mundo sagrado y el terrenal2 , costumbre que se conserva hasta estos días.
El llamado a una vaquería moviliza de manera ordenada a numerosos contingentes comunitarios. Participar en ellas, las más de las veces, demanda el cumplimiento de protocolos que se observan con respeto: se inicia con el estruendo de los “voladores” o cohetes de pirotecnia, en tanto que el anfitrión llamado “Bastonero” da la bienvenida a los grupos de bailadores que, provenientes de otros pueblos y encabezados por sus embajadoras, recorren el salón o terraza siguiendo los acordes de una melodía denominada Angaripola. En la actualidad, encontramos que algunas vaquerías, como las de Campeche (Campeche), Ticul (Yucatán), Cancún y Playa del Carmen (Quintana Roo), inician con la interpretación de la danza de la cabeza de cochino3. Acto seguido, el Bastonero solicita a la orquesta que toque la pieza musical Aires Yucatecos, y a la señal de su pañuelo, los varones atraviesan el espacio para tomar del brazo a una mestiza4 y ocupar su lugar en la pista de baile para jaranear5.
© María L. Rosado Castro
La palabra jarana expresa diversión y bullicio, es el término con el que se reconoce a la música y a los bailes de la Península de Yucatán. Se trata de la combinación de los elegantes sones andaluces y seguidillas, además de las jotas valenciana y aragonesa, entretejidos con las sencillas formas danzarias de los indígenas mayas residentes de las haciendas y las ciudades administradas por los españoles que surge en el siglo XVIII durante las fiestas y saraos organizados para hacer más amable la vida en esta región.
La jarana significa tres conceptos unidos entre sí: música, danza y fiesta; los tres asociados de manera indisoluble y su presencia está ligada al recorrido histórico de la Península de Yucatán. A veces resulta complejo comprender que la jarana, como expresión viva, es interpretada por diferentes grupos sociales, en lugares tanto rurales como urbanos6.
Los pasos o zapateados de jarana no tienen dueño, de ahí proviene su encanto. Se caracterizan por combinar golpes o pisadas de metatarso y talón con elevaciones, así como cruces de piernas en distintos sentidos e imitar el sonido de las castañuelas españolas al chasquear los dedos de las manos, movimientos con los cuales los jaraneros van marcando el ritmo de la melodía que están bailando. El distintivo lo imprime el bailador o la bailadora que la ejecuta, lo cual pone de manifiesto su herencia cultural, da una idea de la comunidad a la que pertenece, de la forma en que le fueron transmitidos estos saberes, así como de su estado de ánimo y carácter.
La jarana es interpretada por dos tipos de agrupaciones musicales: la orquesta jaranera y la charanga. La diferencia entre una y otra consiste en el tipo de instrumentos que las componen: trompetas, flautas, clarinetes, saxofones, güiros o rascabuches, tambor redoblante, bombo, timbales, tenores e instrumentos electrónicos como batería, bajo, guitarra y órgano. Una orquesta jaranera puede contener hasta 20 músicos, y cuando se organizan “magnas” vaquerías es necesario contar con al menos dos conjuntos de este tipo que toquen por turnos de media hora. Sin embargo, una charanga puede ser integrada con cuatro a seis músicos, y por ser más fácil de transportarse y menor el costo de contratación, suele acompañar las procesiones, los gremios, la danza de la cabeza de cochino, las corridas de toros y, en algunas ocasiones, los rezos conocidos como novenarios.
Durante las vaquerías los bailadores hacen gala de su creatividad y destreza, muestran sus mejores y más complicados pasos; algunos afirman dominar más de cien combinaciones distintas y por ello también participan en concursos que, calificados por expertos, validan sus méritos y les otorgan premios económicos. Las orquestas tocan en series de cuatro a cinco melodías que pueden ser prolongadas si los jaraneros resisten, y regularmente lo hacen hasta el amanecer. Una de las piezas más populares y esperada es el Chinito Koy Koy, melodía que hace vibrar los timbales en un ritmo de seis por ocho (seis octavos de compás). El fin de la vaquería se anuncia con la interpretación del son de jaleo llamado Torito, que hace alusión a las faenas taurinas, en el cual, la mujer simula ser un toro buscando embestir al varón o torero.
También se baila jarana en celebraciones familiares, las cuales, en ocasiones, se convierten en vaquerías domésticas. En Cancún, por ejemplo, en fechas recientes, hemos visto tanto a mujeres como varones ataviarse con esmero con la indumentaria tradicional para acudir a un bautizo, una boda o aniversario, celebraciones que se han convertido en puntos de reunión para compartirse logros, intercambiar anécdotas y escuchar consejos sobre las formas de interpretación de la jarana, la confección de los ternos y filipinas e, incluso, planear nuevas formas de promoción y difusión de todo ello en las redes sociales. Un buen regalo para un jaranero o bailador consiste en que alguna agrupación musical escriba las líricas de una jarana que lleve por título su nombre y ello puede costar alrededor de cinco mil pesos. Resulta interesante ver a algunos bailadores asistiendo a las vaquerías con las partituras de “su” jarana bajo el brazo.
Podemos resumir que el baile de la jarana y la fiesta llamada vaquería son prácticas culturales de gran importancia para los habitantes de Yucatán, Campeche y Quintana Roo, pues afirman su identidad y dan sentido de arraigo y pertenencia. Los procesos de socialización se han fortalecido, incluso a pesar del confinamiento ordenado por la emergencia sanitaria del COVID-19, y ello es evidente en la organización de las vaquerías “virtuales” impulsadas por las comunidades jaraneras que, haciendo uso de la tecnología, convocan a propios y extraños a encontrarse en las plataformas de Facebook, Instagram y YouTube para hacerse visibles, enseñar las técnicas dancísticas y musicales, para ofertar las prendas tradicionales y los cubrebocas que les hacen juego, pero sobre todo, para cumplir el compromiso adquirido con la fe católica y la tradición, pues de lo contrario —dicen— “los santos” no los protegerán de los daños que pudiera ocasionarles el ※ǰDzԲܲ que recorre silenciosamente los sacbés o caminos sagrados del Mayab.
[1] Madera amarrada.
[2] En los siglos XVIII y XIX se referencia que las vaquerías se expresan en honor a los santos patronos de los barrios y comunidades con lo cual se marcaba el inicio del festejo (Espinosa Pat, Abraham, Espinosa Pat, Samuel. Danza, baile y música del Mayab. 2015, Mérida, Yucatán).
[3] Se trata de la cabeza de un cerdo cocida en “pib” u horno subterráneo aderezada con “recado” rojo y decorada con papel picado y otros elementos de la región como granos y semillas, que se “ofrece” bailando con devoción y algarabía por una o más personas en cumplimiento de una promesa o voto hecho al santo patrono que encabeza la fiesta.
[4] En el contexto peninsular se llama mestiza a la mujer que se atavía con el hipil de uso cotidiano o su versión de lujo, el terno, que se utilizan para participar en las fiestas patronales y bailar jarana.
[5] Acto de bailar jarana.
[6] Espinosa Pat, Samuel. Informe de investigación de campo realizada en diversas comunidades del estado de Yucatán en el año 2012.